rodolfo abularach
(Guatemala, 1933)
Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Ciudad de Guatemala de 1954 a 1957. En 1959, Rodolfo partió hacia Nueva York, fue aquí donde realizó lo más importante de su carrera y producción plástica. Estudió en Arts Students League y Graphic Art center.
Abularach no trata de tematizar la representación en su aspecto simbólico, lo cual hace que este pintor transmita un mensaje espiritual y a la vez natural. Utiliza el figurativismo y el surrealismo para revitalizar temas tradicionales de América Latina.
Rodolfo se manifiesta a través de la acción de la línea y su entretejido, que usualmente suele complicarse en su recorrido y otras tantas suele limpiarse. Entre este mundo lineal, Rodolfo ha trabajado varias etapas, de las cuales resaltan: Los cristos, abstractos, taurinos, ojos, ángeles y volcanes.
Su trabajo está incluido en varias colecciones públicas y privadas incluyendo el Museo de Historia y Bellas Artes de Guatemala, Dirección de Bellas Artes de San Salvador, San Salvador, El Salvador, Museo de la Pinacoteca Nacional, La Paz, Bolivia.Museo de Arte Moderno, Nueva York, U.S.A. Museo de Arte Contemporáneo, San Pablo, Brasil, Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, Madrid, España, Museo de Arte e Historia, Ginebra, Suiza, Universidad Central de Venezuela, Venezuela, Museo de Arte La Tertulia, Cali, Colombia, Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, Puerto Rico, Colección Leticia Guerrero Banco de Quito, Quito, Ecuador Banco de América, Managua, Nicaragua, Museo Nacional de Varsovia, Varsovia, Polonia, Museo de Arte. Bagdad, Irak, Homenaje al Premio Nobel, Galería Borjeson, Malmo, Suecia, Museo Real de Arte, Copenhagen, Dinamarca, Colección Pública, Asilah, Marruecos.
El imparcial, 1966.
En Nueva York Esclarecido,
RODOLFO ABULARACH, EL PINTOR DE LA LÍNEA NEGRA.
Las estaciones dejan sobre Nueva York, una pátina ennegrecida que relumbra por la noche. Las paredes se desprenden y nuevas formas se estiran en el aire. Renacimiento macabro del cemento que se agita por las calles en edificios que se juntan por lo alto, formando el dibujo abstracto de una extraña ciudad desconcertante.
Abajo las esquinas se llenan y el río humano se confunde, se pierde para volverse a encontrar más adelante. Bajo tierra los caminos se desprenden en los trenes subterráneos, serpientes eléctricas que devoran oscuridades kilométricas. Las avenidas se taponan los idos y leves ruidos se le escapan; confusión interminable de la bahía edificada.
Todo lo escondido es más atrayente en la ciudad esclarecida. La sombra, las paredes, los rostros, la luz. La realidad oculta del pintor moderno, se palpa en cada paso. No en museos y galerías: En la calle. Metafísica de una ciudad en movimiento, aquietado en los cuatro puntos temporales. Espíritu intelectual que mira en las rendijas del alma contemporánea. Nueva York es fértil en sensaciones apasionantes para un creador extraño. Lo versátil que se encuentra en lugares como éste, deja huella en la memoria. Y la memoria es la cámara fotográfica de nuestra época y la época es el circo del artista.
En este espectáculo vive y trabaja un pintor guatemalteco desde hace algunos años. En la calle 14 del oeste neoyorquino está el estudio de Rodolfo Abularach, pintor de la realidad transfigurada en líneas negras. Dibujante maestro en claroscuro, Arañazo de la pluma en el papel. Profundidad de la tinta que se corre lentamente en la superficie blanca. Abularach transpone al dibujo, toda la negrura de un sentimiento lumínico que se destaca en la ciudad esclarecida. Nueva York Sirve de fondo al diálogo indirecto del artista que renace en cada rasgo a través de la bóveda misteriosa del ambiente.
Hay ciudades grandes que ahogan y la lucha continúa a flote. Para vivir en Nueva York la pelea es dura. El artista devora y es devorado, se resiente para volver a sentirse exacto. El día se estira en los museos u la palabra del pintor se esconde en los talleres. La noche se despierta toda llena de luces y el monólogo creador se repite en el insomnio de la tertulia intelectual. La angustia y la alegría se comunican en la voz inquieta del quehacer artístico. Abularach se bebe el misterio de esos días, inclinado en el papel enorme de sus formas. Su arte tiene mucho de la vivencia newyorquina, florecida en el recuerdo de su patria. Sus dibujos-pinturas son del sol y de la luna, donde surgen aspas, lenguas y organismos diminutos, agrandados en el microscopio de una visión cósmica. El círculo, periferia de la vida, se encuentra en la mayor parte de su obra y flota en el tejido sutilísimo de las líneas.
Para llegar a tal estado de la depuración formal, Abularach se ha desgarrado poco a poco la piel de las angustias, al entregarnos un mundo de asociaciones silentes. Quietud de sordera de su recogimiento lejano. La filosofía de su obra no es mística ni violenta, es una rueda que toca los extremos pero que siempre gira. La calma impera en el principio de la luz. Ya no es aquel expresionismo técnico de sus dibujos taurinos, formulismo juvenil de su talento inmaduro. Ya no son los personajes mitificados de la exposición de 1959 en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, donde se juntaban Ossaye, Martínez y apagones de Mérida. Ya no es <El baile de los Venados> lo que cuenta. Es la esencia del movimiento con sordina que se vislumbra en su exposición de la Unión Panamericana en Washington dos años después. El puro dibujo con calidad pictórica de donde surgen esas formas descarnadas de su labor actual. Es el principio material del instrumento formal que hoy se manifiesta plenamente. Es la <Cabeza de Ixtab> que se vuelve sol y se universaliza.
La trayectoria de Abularach toca un punto culminante con la exposición en la Galería David Herbert de Nueva York en 1961. Encuentra la luz en las sombras y añil en la negrura de los cielos. Es el encuentro con la realidad de Chirico: <el aspecto fantasmagórico y metafísico que solo individuos muy especiales pueden observar en momentos de clarividencia y abstracción>. Es el éxtasis poético delos objetos y de aquello que sus mismas forman ocultan. Es el simbolismo misterioso del espacio sin tiempo ni sonido. Una especie de mística regenerada. Ilusión de un papel blanco y una pluma, único elemento material de su labor estética.
Sin olvidar la infancia nacional y su característica primitiva, Abularach está tejiendo formas nuevas, producto indirecto de si realidad primordial, en un medio cosmogónico de vivencias penetrantes. Sus dibujos son radiografías de ciudad y de recuerdos. La meditación creadora no tiene límites en este campo minucioso de sus trabajos a pluma. Últimamente muchas de sus obras tienen pequeñas coloraciones de tierra y amarrillos, violetas aspirantes que relucen en medio de la mañana de líneas finísimas que se juntan para formar <figuras> negras en el aire. Su técnica meticulosa y sin contrastes violentos, es de una finura macabra y cegadora, juego malabarístico de la tinta renovada en cada trazo.
La visión del arte moderno tiene muchas perspectivas. Todas son producto de un desenvolvimiento natural marcado por la historia y cada época el científico y el artista toma el paso. Nuestra realidad actual se multiplica a cada instante. Lo que hoy es, mañana puede ser y sin embargo nos movemos. El eje de la tierra es un punto en el universo que gira en otros ejes que ahora empiezan a sentirse. La verdad científica se busca en las estrellas y la luz se pierde y se conquista en cada vuelta. La propulsión y la desintegración atómica, es pesadilla y magia. A instancia de ello está el mundo progresivo del arte que busca y encuentra realidades, en las catedrales solitarias del espíritu. La creación estética se lastima y se goza en todas las fuentes: la bárbara y caótica, la movible y quieta. En todo surge una nueva concepción y cada quien interpreta su fuga. Alejado del tormento y el desgarre, Abularach constriñe el pensamiento en la meditación modesta de una religiosidad metódica. No le es extraño el sufrimiento existencial ni la parodia extrema. Su dibujo al parecer abstracto, nunca pierde su ligazón orgánica y los símbolos que utiliza son altamente figurativos. Morfología de paz en las tinieblas <Luz aprisionada>, <Tres formas luminosas>, <Silencio>, <Luz primera>, <Tiempo interrumpido>, son algunos nombres de su obra. Siempre la pelea de la luz en el silencio. Interrogación absoluta de un misterio vital y primigenio. Resolución formal de la penumbra de mil líneas negras que tejen existencias. No es el deseo de nacionalizar una postura geográfica: la de su nacimiento. No es la búsqueda de la moda y el querer parecer moderno. Tampoco es un capricho del momento. Es una devoción natural que nace interiormente y logra sensaciones humanas de profundidad cósmica.
El creador moderno se inclina cada vez más en la interpretación de un mundo nuevo de tranquilidad cerrada. Los medios de que dispone son siempre los mismos, pero se opera una revisión de miras y conceptos. La literatura, la música, la arquitectura, la pintura, escultura y hasta el cine; han dado vuelta a su tradicional belleza para construir la conciencia del presente. En medio de la intoxicación mundana surge un arte renuente que aunque no resuelve el problema lo expone descarnado. Por muy poética que sea la expresión estética, conlleva una parte de verdad histórica.
Decir que el arte moderno se deshumaniza, es negar su existencia. Hoy más que nunca se ha vuelto eminentemente humano. La constante búsqueda es el encontrarse uno mismo. Cada cual dispone del tiempo necesario para encontrar lo suyo, cada quien tiene derecho a hurgar su presente. Muchos lo hacen apasionadamente con la garra del tormento, otros explotan interiormente en el reposo anímico de su alma, callada e intelectualmente. Kafka es un barroco del sufrimiento, como Fellini es la angustia modificada en las imágenes. La realidad de Abularach participa de ambos fines, por medio del silencio de una filosofía estrujadora: La luz y la sombra.
En Nueva York esclarecido y múltiple, se hace palpable una realidad descomunal y tensa para el artista. El vivir cotidiano está cuajado de sentimientos desbordantes y en cualquier momento surgen sensaciones. El creador está en ambiente y despierta de sus pesares. Abularach se forma y se desprende en ese campo de flores de cemento. Su arte, de recogimiento silente, de símbolos y magia, de polos blanco y negro, va más allá de del principio puramente relicario. Su fuerza de luz generadora, da lugar al nacimiento intuitivo y prematuro de la paz. Lugar al que se llega con la simple pulcritud de un papel blanco y una pluma. La técnica diminuta del artista, es un homenaje en telaraña minuciosa de la libertad creadora.
Roberto Cabrera.