obras 1989-2018
LUIS GONZÁLEZ PALMA
La modernidad se nutre de oposiciones y de conflictos. Busca resolverlos. Y emplea en esta meta sus afanes mejores. Y apoya en tal tarea sus más firmes argumentos. Y, paradójicamente, renueva a través de ella nuevos problemas, enigmas oscuros a veces. Por eso, lo que llamamos posmodernidad (esa lánguida renuncia a resolver las tensiones) no se encuentra demasiado lejos del afán moderno, cuya contracara nunca termina de admitir el sosiego de la conciliación final, la satisfacción del encuentro pleno. (Quizá en el arte de ningún tiempo puedan los círculos cerrarse).
La obra de Luis González Palma se ubica en el centro de un enfrentamiento doble. En primer lugar, la disputa entre la fotografía y las artes plásticas. Entre el Registro, el documento, la captación "objetiva" de lo real, la presentación seca, gráfica, del objeto, por un lado, y la reinvención de lo real, la plasticidad jugosa de la forma, por otro. En segundo lugar, el antagonismo entre lo propio lo ajeno, la tradición y la innovación, la identidad particular y el concurso global.
Quizá la riqueza mayor de su obra derive de esta ubicación en un cuadrivio orientado a destinos contrarios. Construida en las fronteras de la fotografía y las llamadas "artes plásticas", crecida a medio camino entre el repertorio de la memoria y las formas de la sensibilidad más contemporánea, estas imágenes oscilan, entran y salen de territorios distintos, los cruzan, mezclan sus signos en lenguajes híbridos, en figuras impuras capaces de remitir con naturalidad a uno y otro sentido.
La propia experiencia del artista corresponde a una historia mezclada; Luis González Palma ha trabajado los códigos del cine y la arquitectura, de la danza y la música, de los ritos oscuros que turban y avivan la mirada de los pueblos de Guatemala. Son los códigos de la máscara y el artificio, el maquillaje y el disfraz; la representación, la escena. Las luces y el espacio, el silencio, el gesto exacto. Puede pues, mezclar sin escándalo técnicas diversas y vincular procedimientos, incompatibles tal vez. Manipula las fotografías, las rodea y las asedia para que suelten otras versiones de lo real objetivado. Trabaja sobre bases espurias: maderas pintadas y desconchadas que permiten incisiones y rayaduras, plásticos transparentes que promueven superposiciones, papeles y telas que posibilitan rasgaduras y dobleces, escrituras, pinturas. Las mezclas permiten inversiones, reflejos, sustituciones. El soporte deviene figura; la imagen se vuelve fondo de texturas y de colores que la fotografía no admite. En un mundo sepia, la silenciosa pausa del blanco se llena de gritos y movimientos, asume el lugar del color sustraído. Usurpa todos los tonos, absorbe las luces todas.
Esta primera cuestión, (la que enfrenta fotografía y plástica) desemboca, pues, en un enredo intrincado; un montaje fecundo, que remite a la otra cuestión (que tampoco será resuelta y cerrada): la que opone la diferencia particular y la experiencia global, la continuidad de la tradición y la ruptura innovadora. Acá también el artista bebe de fuentes mezcladas: la mezcolanza de ritos cristianos e indígenas, de herencias revueltas, de historias cruzadas. Y acá también estas mixturas fomentan el uso de imágenes anfibias de rostros indígenas presentados como retratos pre-rafaelistas o íconos bizantinos, de melancólicos martirios, de mujeres anónimas convertidas en reinas, en divas, en diosas o en santas. Imágenes barrocas, globales, posmodernas, arcaicas.
Documento de cultura de masas redimido por el drama. Material etnográfico convertido en metáfora. Ficha adulterada, símbolo agraviado. Fotografía convertida en gesto y forma plástica, en silencio, en palabra. En pieza de arte de nombre desdoblado.
Ticio Escobar