
TRAS LA HUELLA DEL HEROÍSMO COTIDIANO:
50 años de búsqueda
Daniel Chauche: Retratar desde la intimidad
Daniel Chauche ha vivido cinco décadas en Guatemala, país al que llegó recién graduado, en medio de un contexto social convulso. Desde entonces, su mirada —constante, profunda y respetuosa— ha documentado con sensibilidad la diversidad cultural, los vínculos invisibles y la dignidad cotidiana que conforman el tejido humano de Guatemala.
Esta muestra está compuesta de imágenes de su primera serie en Guatemala, retratos de personas en su entorno, la que principió en el mercado dominical en San Juan Sacatepéquez en 1976. Chauche ha utilizado en esta muestra sus últimos rollos de papel fotográfico en gran formato, lo que marca el cierre de una etapa de creación artesanal. En tiempos dominados por lo digital y la inmediatez, estas imágenes reivindican la
fotografía análoga como un acto íntimo, casi litúrgico. Cada impresión en papel es irrepetible, y cada retrato es un puente tendido hacia el otro.
Fiel a la técnica tradicional, Chauche rehuyó las modas pasajeras y apostó siempre por la fotografía como acto de contemplación, de presencia y de escucha. Su obra, en blanco y negro, concebida en formatos análogos y revelada a mano, encarna una ética visual paciente: cada imagen nace del encuentro con el sujeto retratado, de una relación tejida con tiempo y confianza. Para él, el retrato es un “performance en un
espacio determinado”, una escena compartida donde fotógrafo y retratado construyen juntos la imagen.
Su legado no es únicamente visual sino histórico y cultural. Fue mentor de muchos fotógrafos guatemaltecos, incluyendo a otros artistas fundamentales. Fue el primero en hacer patente que el retrato fotográfico podía ser obra de arte en el sentido completo y contemporáneo de la palabra “arte”. Fue también localmente el primero en crear portafolios de su trabajo como “objeto de arte”. Su influencia, tanto estética como ética, se reconoce en varias generaciones de fotógrafos guatemaltecos que han aprendido de su manera de mirar: con respeto, con profundidad y sin artificio.
La obra de Daniel Chauche no se impone; se revela. No busca asombrar con artificio ni conmover con estridencia, sino acompañar al espectador hacia una pausa. En un mundo saturado de imágenes rápidas, sus fotografías obligan a detenerse, a mirar con otros ojos, a habitar el tiempo.
Quien se enfrenta a una imagen de Chauche no solo ve un rostro o una escena: percibe una presencia. Hay algo en la quietud de sus retratos que interpela desde la profundidad. Es el resultado de una mirada que ha aprendido a observar sin juzgar, a acercarse sin invadir, a construir con el otro una imagen digna. Se trata de una ética de la percepción, donde el fotógrafo no captura, sino que participa.
La obra de Daniel Chauche se percibe, en suma, como un espejo que no refleja al espectador, sino que lo invita a reconocerse en el otro. Lo que se ve es un fragmento de país, sí, pero también una búsqueda persistente de humanidad. En cada encuadre hay memoria, pero también esperanza. Hay dolor, pero también belleza. Y sobre todo, hay presencia.
Inspirado por pensadores como Roland Barthes y Walter Benjamin, Chauche nos entrega un archivo de humanidad. En sus fotografías, el “yo” del observador se encuentra con un “tú” que interpela, que comparte, que duele y acompaña. Así, en el blanco y negro de sus retratos, emerge un “nosotros”: una comunidad revelada por la mirada.
Estas imágenes no son solo memoria ni estética. Son un gesto de reconocimiento. En ellas, Daniel Chauche nos invita a superar la distancia, el prejuicio y el miedo; a ver en el rostro del otro no lo exótico, sino lo cercano. A reconocer —con la luz suave de lo analógico— la posibilidad de un país más empático, más humano.
Sol del Río, junio 2025.